POR LUIS SCHLOSSBERG

Con el libro “Mapa de Sueños Latinoamericanos”, el fotógrafo Martín Weber emocionó a todos desde los escenarios, personas y mensajes que nos dieron los protagonistas de la historia americana. Aquellos deseos, que en definitiva representaban los de tantos habitantes de estas tierras, se hicieron carne en todos y resonaron en un proyecto que no sólo fueron 20 años de trabajo, sino que marcó parte de la fotografía argentina. Diez años después llega un documental con el que Weber regresa a aquellos países a conocer qué fue de la vida de los personajes de su trabajo y nuevamente genera un nudo en la garganta con sus relatos.

El documental ya cuenta con un reconocimiento honorífico en el Festival de Cine Internacional de Brasilia (Brasil) y ganó como mejor documental en el festival de Cine Latino de Toulouse (Francia), mientras que ahora participará en varias convocatorias que se desarrollarán en todo el mundo de manera online.

La vida misma de Weber ha sido muy particular. “Mis padres son de la generación de la Noche de los Bastones Largos, mi padre trabajaba en Exactas (indica que de casualidad la noche de los hechos no estaba en la facultad) y mi madre es psicopedagoga. Si bien no eran militantes, eran del grupo de la intelectualidad; como opositores de conciencia, se fueron a Chile muchos de ellos y allí es donde nacemos yo y dos de mis hermanos”, comenta el fotógrafo, quien completa: “Estuvimos hasta el golpe de Pinochet y allí de nuevo mis padres se tuvieron que ir, por lo que en el libro hago un juego de lo que me llevó a entender por qué había nacido allí yo y comprender que había nacido en el exilio fue algo de lo que me cayó la ficha mucho después”.

El libro y la muestra fotográfica de los sueños se fueron gestando desde chico, pues su historia no se reduce sólo a Argentina, sino que luego de vivir en Chile su familia se fue hacia Boston, Estados Unidos, donde su padre hizo el doctorado en el MIT. “El decano estaba presente en la Noche de los Bastones Largos, e incluso resulta golpeado, por lo que quedó muy ligado y comprometido en ayudar y dio lugar a muchos de los argentinos que estaban en la movida”, precisó Weber. Ante estas tantas experiencias, el fotógrafo resalta que al volver al país tuvo “que aprender a ser argentino” y recuerda su trabajo “Ecos del Interior”, que tiene que ver con un recorrido por el interior del país y la construcción de la identidad y el imaginario argentino.

“Siento que haber hecho este exilio y recorrido entre culturas me dio una distancia crítica interesante que luego intenté aplicar y que tiene que ver con redescubrir qué somos, tanto lo de la argentinidad (reflejado en su trabajo ‘Mementos’, con fotografías que recuperaban las memorias, con capas de realidad e historia)”, manifiesta el artista, que se destacó como fotógrafo pero también tuvo sus experiencias en el cine y el teatro, al igual que el trabajo con instalaciones y videos “que pasan por la historia y cómo nos afecta en lo cotidiano”.

– ¿Cómo se despierta esta vocación por la expresión desde el arte?

– Mi papá era fotógrafo aficionado, de hecho era suyo el primer equipo que usé cuando hice mi primer taller con Horacio Coppola. Creo que para mí fue muy importante que a mi historia me la contaran mis padres en diapositivas y editándola, lo que da la idea de que la historia personal puede estar cruzada y al mismo tiempo editada en casa. La memoria es algo que se construye, pero también está bueno cuestionarla y moverla entre todos.

Weber detalla que una de sus hermanas también tuvo esta vocación y estudió bellas artes, aunque él es el más activo, y asegura: “Sostenerlo es muy difícil, es difícil mantener esta pasión en el tiempo, y si se suman los 20 años del proyecto fotográfico y los casi 10 o más de la película el ‘Mapa de Sueños’ tomó 30 años de mi vida”, recalcó.

– ¿El libro surge de un recorrido con la intención de tomar estas fotos?

– Yo iba al Nacional de Buenos Aires y era un colegio en el que discutíamos en los recreos, vivíamos muchas cosas, desde la guerra de Malvinas al final del proceso, y al mismo tiempo se estaba dando la revolución en Nicaragua, por lo que había eventos muy fuertes. Estábamos en un recreo discutiendo y me puse a pensar que nunca estuve en esos lugares, era toda información que uno repite, y me quedó en claro que las imágenes que había visto hasta ese momento estaban todas producidas por europeos o norteamericanos, por lo que me quedó en claro esto de intentar recobrar testimonios directos, de algún día poder ir. Además, estaba muy latente el latinoamericanismo, esto de cuestionarse hasta qué punto qué compartimos y qué nos diferencia. El proyecto se embarcó en esa idea de que a partir de cuestionar la práctica de la fotografía, en ese momento estaba estudiando la Licenciatura en Arte, especializado en Cine y Teatro, y veía las fotografías con un epígrafe abajo, y me parecía que ese texto terminaba indicándome cómo leer la imagen, mientras me planteé producir una obra que tuviera más horizontalidad, que el fotografiado sea el que tuviera poder sobre su representación.

El fotógrafo menciona que en aquel inicio del proyecto no era tan usado el concepto de “empoderamiento” y que ese fue su impulso: “Empoderar al fotografiado y, desde ese lugar, deconstruir la fotografía como algo espontáneo; era importante demostrar que de cualquier manera es construida, el encuadre es un recorte de la realidad, y también me inspiré en la idea del dramaturgo Bertolt Brecht, quien usaba textos en escena para que uno se identificara con el personaje pero a la vez tuviera suficiente distancia como para plantearte cuál es el contexto en el que se encuentra”, especifica.

Puntualiza que es en esta relación que el proyecto funciona, con el sueño de los protagonistas de cada foto: “El futuro deseado, y también el contexto en el que ese sueño aflora, fue lo que me llevó a trabajar de un modo particular, con una cámara de placas, con imágenes posadas a la manera de las cartas de visitas, la idea de que la persona de voluntad se presenta y que, justamente, recobra en estas performances la dignidad más allá de la realidad en la que se encuentre”, subraya el artista.

– ¿Esta experiencia se dio con varios viajes a lo largo de los años?

– Fueron 20 años, algo que tiene que ver con que el impulso está, pero también está el tema de lo económico, como con todo. Lo primero se dio con una beca del Fondo Nacional de las Artes, con lo que logré hacer mi primer acercamiento a Argentina, y después se sumó una lista de becas que me permitieron ir haciendo más países. Hasta que completé 8 que me parecieron que eran prácticamente la mitad de los de Latinoamérica y eran representativos de los que quedaban afuera. Cuando me embarqué a hacer esto hubo mucha lectura e investigación; no fueron fotos tomadas al azar y a la vez son fotos para leer, no sólo los textos que las acompañan, sino también todos los elementos que están dentro de la imagen que funcionan alrededor de esto.

Para esta propuesta realizó una intensa investigación sobre las ciudades que tuvieran en cada país relevancia sobre lo que era la historia reciente de cada uno de ellos. Yo no les decía qué tenían que decir, pero esperaba en cada lugar que hubiera alguna referencia a ese contexto que les tocaba vivir y es evidentemente lo que sucedió.

Weber tenía un mes o mes y medio en cada lugar para hacer los retratos que deseaba y, como hacía la edición en cámara, por el trabajo en placa, no los revelaba hasta tiempo después. “En este proceso fue muy importante tomar nota de la edad de las personas, grupo social, características, como para captar una población representativa. El proyecto trata de darle lugar a la mayor cantidad de gente en las más variadas situaciones”, enfatiza el fotógrafo.

– ¿Con qué realidad te encontrabas ante el pedido de un sueño en algunos contextos que eran desfavorables?

– Este proyecto surgió no muchos años después de que recuperamos la democracia, cuando la libertad de expresión o la capacidad y voluntad de expresar lo que uno piensa no era un derecho tan vivido como adquirido y ejercido de un modo natural. En Guatemala, por ejemplo, donde una población de 17 millones de personas tuvo más de 200 mil desaparecidos, cuando llegué había una cuestión cultural de que no estaban acostumbrados a que alguien les preguntara sobre sus sueños. En el momento en que lo entendieron, sobre todo en los lugares que sufrieron el paramilitarismo de las Patrullas de Defensa Civil (aclara que al leer el nombre parece que fueran personas que se defienden a sí mismas, pero en realidad eran grupos de represión), empezaban a aflorar los sueños y a cada palabra la elegían con mucha precisión. También me pasó con la tapa del libro, que es el sueño que nunca hubiera querido encontrar, que es: “Mi sueño es morirme”.

La película vuelve luego de 10 o 15 años a estas historias para ver qué pasó con los relatos y Weber asegura que en este regreso se encontró con muchas sorpresas: “Hubo ilusiones, desilusiones, un abanico muy grande de emociones y situaciones y creo que la idea fue generar un espacio donde la gente represente sus propias historias, para que cada uno tenga su propia lectura”, señala. Y agrega: “Sabemos que la realidad latinoamericana es dura, pero me parece importante que la única manera de cambiarla es verla cómo es”.

– ¿Había quedado la inquietud de qué había pasado con estas personas luego de que se publicara el libro?

– Al tiempo de las fotos me quedó la incertidumbre, porque con mucha gente no recuperé el contacto hasta el momento de viajar por el documental. Empecé a tirar redes por todos lados, porque, como todo empezó en la época del fax, a la información la tenía a toda en un cuaderno con anotaciones de los viajes y se me extravió. Cuando quise volver me conecté con periodistas locales y ONG y muchos de los que me ayudaron en aquel momento volvieron a hacerlo ahora con las redes sociales. De todas formas, lo más interesante era la convicción certera de la gente de que iba a volver, siendo que nunca lo había prometido, sobre todo porque tenía conciencia de la cuestión financiera, que me costaba mucho.

Referencia desde Marca Informativa

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